El combate del invierno by Jean-Claude Mourlevat

El combate del invierno by Jean-Claude Mourlevat

autor:Jean-Claude Mourlevat [Mourlevat, Jean-Claude]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2005-12-31T16:00:00+00:00


La sala de deportes de la Falange estaba vacía a esas horas. Van Vlyck la abrió con su llave y sus pasos resonaron por los pasillos. En el vestuario, el aire, el cuero y la madera estaban impregnados de un olor agrio a sudor. En una percha vio una chaqueta y un pantalón. Contento, identificó la ropa de Dos y Medio. Era fácil dar con él… ¡y nunca sería en la biblioteca!

Se cambió rápidamente y, vestido con una vieja camiseta de gimnasia descolorida y un pantalón corto sin forma, cruzó la sala de musculación. Un chirrido regular lo guió hasta la ventana situada enfrente. Un hombre de cara prognata y de ojos hundidos estaba tumbado sobre una colchoneta y levantaba unas enormes pesas. Las láminas del parqué gemían bajo su peso. Van Vlyck miró el número de discos de metal colocados en cada extremo de la barra y no pudo disimular su asombro:

—¿Haces series de diez?

—De quince —lo corrigió, impasible, el hombre cuando hubo depositado el aparato en el suelo.

Dos y Medio no tenía la corpulencia de Van Vlyck. Pesaría unos veinte kilos menos, pero su fuerza era insuperable. No pronunciaría más de diez palabras al día y no captaba ninguna broma. Tenía el cuerpo muy duro y el alma más dura aún. Su mote se debía a su costumbre de no llegar nunca al número tres cuando amenazaba a alguien. «Cuento hasta tres», advertía, pero apenas había pronunciado el dos, cuando la bala, la navaja o la simple mano ya habían matado a la víctima. Si le preguntaban el porqué de su comportamiento, y por qué no dejaba su oportunidad a la persona sometida a interrogatorio, respondía: «No lo sé, no tengo paciencia».

Van Vlyck se instaló en el aparato situado al lado y empezó sus ejercicios de gimnasia. Practicaron los dos durante una hora sin decir nada. La manera de proceder de cada uno era totalmente diferente. Van Vlyck gruñía, gemía, jadeaba, era como si odiara las pesas y las barras que levantaba; las insultaba mientras el sudor le chorreaba por la piel blanca, por el vello pelirrojo de su pecho fornido y por sus fuertes brazos. Solía detenerse para beber agua y secarse con la toalla. Por el contrario, Dos y Medio trabajaba con mucha frialdad. Su cuerpo permanecía seco y no bebía. Apenas se oía su respiración mientras las enormes pesas subían con regularidad como movidas por un pistón incansable.

Se reunieron en el bar desierto del polideportivo.

—¿Te apetece una cerveza? —propuso Van Vlyck.

Dos y Medio asintió moviendo los párpados. Van Vlyck pasó detrás del mostrador y abrió las botellas. Empezaron a beber en silencio. Impávido, Dos y Medio miraba el contenido de su vaso con la misma indiferencia que la que prodigaba a la gente. «¿En qué estará pensando?», se preguntó incómodo Van Vlyck. «¿Acaso piensa?».

—Tengo trabajo para ti.

Dos y Medio no dijo ni pío.

—Una información que debes conseguir de alguien al que no le gusta hablar… Te pagaré bien.

Dos y Medio asintió con la cabeza.

El viento barría los muelles sumidos en la oscuridad.



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